No sé si fue el calor o la calidez de la bienvenida, pero inmediatamente pensé que había elegido bien mi destino, intuí que mi paso por la amazonia a bordo de El Delfín seria una experiencia intensa y llena de aventura y sorpresa. Esa intuición me trajo paz y me entregue a la vida delante de mí. No tarde mucho en dejarme seducir por la belleza a mí alrededor y enamorarme de este paraíso terrenal hasta las lágrimas. Lagrimas de quien se siente maravillosamente abrumada por la naturaleza virgen que nos remece, nos llama la atención a lo verdadero de este mundo, al lugar de donde todos venimos, pero no siempre visitamos, o, dejamos atrás.
Me sentí como pocas otras veces en mi vida, con los pies realmente en la tierra, completa. Fue uno de esos momentos de felicidad plena que van y vienen en la vida, y me sentí privilegiada de sentirla en ese momento y en ese lugar. Todo esto acompañada de la radiante sonrisa de mi hija Lía, sensible a la belleza de todo, las aves, las raíces de los arboles, las formas de las nubes en ese inmenso cielo azul reflejado en las aguas negras del rio. La luz y pureza de su sonrisa fueron grandes regalos, en ese momento, en ese lugar.
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